El otoño de los sapos parteros. Ricardo Reques

Aunque no siempre se dejan ver los podemos reconocer fácilmente por su canto. Después de un largo verano las primeras lluvias hacen despertar a los sapos parteros de su letargo estival. En noches de lluvia, de forma aislada o formando coros, los machos emiten un característico silbido corto, de una sola nota algo aguda. Dos aspectos de su comportamiento los diferencian de otros anfibios que viven por aquí. Estos pequeños sapos no acuden a las charcas y arroyos para buscar pareja y reproducirse, sino que los machos vocalizan en tierra y las hembras, cuando se sienten atraídas por su canto, les responden con otros silbidos más cortos y de menor intensidad mientras se aproximan a ellos. Por otro lado, son los machos los que cuidan de su descendencia portando los cordones de huevos que enredan entre sus patas traseras tras fecundarlos justo después de que la hembra realice la puesta. Al cabo de un mes o algo más, cuando las charcas se han llenado con las lluvias y los arroyos empiezan a correr, los machos se acercan al agua —probablemente el mismo lugar donde nacieron— para liberar a las pequeñas larvas perfectamente desarrolladas que se mueven dentro de la estrecha envoltura del huevo. Al entrar en contacto con el agua eclosionan y los renacuajos comienzan a nadar libremente. Allí crecen hasta pasar la metamorfosis avanzada ya la primavera.