LAS ABEJAS Y EL HOMBRE

LAS ABEJAS Y EL HOMBRE, Soledad Carpintero

Las abejas productoras de miel pertenecen al orden de los himenópteros, junto con las demás especies de abejas, las avispas y las hormigas. Estas especies, que incluyen a la abeja doméstica (Apis mellifera, en la imagen), recogen polen y néctar de las flores para elaborar la miel y la jalea real con las que se alimentan, la cera con la que construyen sus panales y el propóleo para protegerse de infecciones. Su papel produciendo miel y como polinizadoras de árboles frutales y otras cosechas propició que desde épocas muy tempranas estableciéramos relación con ellas. Entre los registros más antiguos que hay de la explotación de los productos de estos insectos se encuentran algunas pinturas rupestres extraordinarias, como la de los recolectores de miel de la Cueva de la Araña (Bicorp, Valencia), de entre 6.000-9.000 años de antigüedad. El hombre no tardó en pasar de simple recolector en colonias silvestres a propiamente apicultor, criando a las abejas en colmenas. En el antiguo Egipto con frecuencia se representaban en jeroglíficos de tumbas y templos. Ellos pensaban que las abejas nacían de las lágrimas de Ra, Dios del Sol, y simbolizaban la realeza. Los hombres han llevado consigo a las abejas domésticas por todo el mundo. Actualmente, los productos apícolas son de gran importancia en la medicina natural. 

Además, las abejas se encuentran entre los principales polinizadores en ecosistemas naturales, por lo que son vitales para la vida en el planeta. Sin embargo, desde el pasado siglo XX, estas especies están disminuyendo de manera alarmante debido a múltiples factores como la desaparición de sus hábitats, el abuso de pesticidas, el cambio en las prácticas agronómicas hacia monocultivos y a una mayor intensidad, el impacto de distintas patologías (como el ácaro Varroa o el hongo Nosema) o la depredación por el avispón asiático (Vespa velutina). En su mayoría, los problemas que sufren las abejas se los hemos causado nosotros y somos por tanto quienes debemos buscar soluciones. En algunos lugares se ha comenzado a trabajar en su recuperación, por ejemplo sembrando corredores de flores silvestres entre cultivos. Si pretendemos dejar a las futuras generaciones algo más que un paisaje yermo, debemos hacernos conscientes y emprender proyectos destinados a la protección de estos insectos, esenciales para la vida en la Tierra.