
Anguilas de cuero que remontan un imaginario estuario de madera y grava. Sabogas de badana policromada que nadan a través de una vieja red de pesca que, como ellas, ha quedado olvidada en el tiempo. Las acompañan en su periplo un barbo comizo de eucalipto y acebuche junto al mítico esturión, «el sollo», tallado en aligustre y fresno blanco. Más allá, una enorme carpa flota suspendida en el aire los mira con ojos abiertos como platos. Su hinchada barriga rellena de lana y envuelta en loneta acompaña, en forma y color, a una nívea náyade de alabastro y cuero que se asienta a unos metros de distancia.A la vera de los peces, un colosal escarabajo pelotero se afana en mover una inmensa bola de acero, pulido como un espejo. Un poco más allá, unos pixeles recogen el dorado reflejo de la vegetación ribereña. Una barca de madera, de las de antaño, surgida de la memoria del pasado y de la prodigiosa mente de un moderno artesano fluvial. Un mirlo de acrílico que se esconde en una maraña de hojas de álamo. Una lavandera blanca que se asoma a unas aguas demasiado cristalinas para este río.La luz de la desembocadura del Guadalquivir atrapada en papel de algodón y acuarela da forma a espátulas, flamencos y malvasías. Madera que toma vida en forma de gigantescos cráneos de aves acuáticas. Serones de esparto, aderezados con lana de colores, que hace tiempo dejaron de atesorar mercancías a lomos de una mula. Pértigas que se usaron para guiar los troncos que bajaban flotando de los tramos altos de cabecera. Provincia marítima de Cazorla. Carpintería de ribera que toma vida en forma de serruchos, gramiles, barrenas, hazuelas y otras herramientas que podrían contar mucho sobre la vida en el río. Testimonios de usos y vivencias que ya casi solo existen en el recuerdo de algunos. Memorias a las que este conjunto de piezas variopintas les insufla nueva vida.También hay testigos de una cara menos amable del río. Pedazos de bronce que se organizan, de forma magnífica, para dar vida a una cigüeñuela que intenta deshacerse de una bolsa de plástico o un polluelo de chorlitejo que descubre a un cangrejo ermitaño escondido bajo un tapón de plástico. Manifestaciones artísticas que protestan desde un pedestal por el daño y el abandono del río grande, “Al – wādī l – kabīr”. Todo esto y más se puede ver, disfrutar, en la exposición “Guadalquivir espacio fluvial” que hasta el 15 de noviembre será visitable en el Museo Etnobotánico del Real Jardín Botánico de Córdoba. Acuarelas, óleos, acrílicos, esculturas en madera, metal y cuero, fotografías y piezas etnográficas resultado del trabajo de un puñado de artistas y artesanos vinculados, de una u otra forma, al río que nos sirve de columna vertebral.Trabajos de Fran A H Alvarado, Javier Ayarza Haro, Vicen Roes, Myriam P. Lara, Chiqui Díaz, Rafael Pulido, Jose Antonio Sencianes, Francisco J. Hernández y Juan Aragonés.